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LA EXPULSIÓN DE LA MEMORIA. ACERCAMIENTO A DUM SPIRO SPERO

Alonso Guzmán 
21.04.2023

 

“La vida es una respuesta al origen y de él guarda el soplo”.

María Zambrano, Los Bienaventurados.

 

 

 

Expulsión 

 

En muchas religiones el paraíso representa el centro místico, esto es: donde el alma se encuentra en comunión con la divinidad, el encuentro consigo misma, con su verdadero ser divino. La expulsión de este Edén (que en hebreo es la “delicia”) representa, muchas veces (y quizá la interpretación que más me gusta) el nacimiento. Somos expulsados de nuestra madre y, al mismo tiempo, expulsados de aquel centro místico. Encarnamos y sufrimos ya la doble expulsión, como especie y como individuos. La carne, ese regalo pudrible y desechable será nuestra única posibilidad para transitar por la existencia humana que es, claro está: el laberinto de laberintos.

 

Menciono esto porque Dum Spiro Spero detiene el instante en siete momentos que retratan el periplo de la carne, su vulgar dispendio y su ejercicio espiritual. Pero no quiero adelantarme. Por lo pronto quiero comenzar con un tópico recurrente en los siete relatos-estadíos de esta chulada de Adso Gutierrez y que, me parece, tiene que ver con esto: la expulsión. 

 

Al inicio, primero fue el caos. “En el elogio de las palomillas” nos recibe con un guiño fabuloso, su epígrafe “Ab hoc momento pendet aeternitas (De este momento pende la eternidad)”  nos anuncia, por un lado, que nos colocará en ese margen del tiempo mítico: la descripción de un instante en medio del tiempo; por otro (y eso lo descubriremos después), que esta inscripción hallada en un reloj de arena nos conecta con cierto tatuaje en la espalda del que podría ser el ente protagonista de estos relatos. Pero no vayamos más allá; por lo pronto, en ese tiempo mítico del relato que abre la secuencia (en mi lectura los leí como una secuencia) el narrador nos sitúa en un lugar transitorio, donde se tiene frío pero reconforta, donde él  siente mucha paz y el cielo trae sosiego. Es en ese momento cuando juega a ajedrez con el abuelo, cuando el ente-narrador recibe un regalo, en una ascensión entre las estrellas y el mosaico, el abuelo recuerda la llave. Luego él se funde en una danza que recuerda al danzar de las palomillas y de pronto llegan a la cama el viento aliado y familiar, los brazos de las tías, las sombras y ese polvillo que dejaron las palomillas en la punta de los dedos saben a olvido, así, en esa primera secuencia del paraíso, del encuentro del alma con la divinidad se pierde y en esta ocasión el dulce requiebro del olvido (otra veces, un río, otras veces un fruto) nos prepara para ser expulsados: 

    

“El lugar del origen es la noche, lo apeirón, que todavía no ha engendrado, pero que está en potencia de hacerlo, y que cuando lo hace, se derrama en palabras y el verbo se hace carne, se hace cosas, mundo. Es ahí cuando el hombre es engendrado y recibe la vida y el ser” (Pachón, 2012, p. 155).

  

Quiero decir con todo esto que Dum spiro spero, en ese universo cerrado y cargado de símbolos, el personaje que transita (que son muchos personajes al mismo tiempo) ha sido expulsado. En todo momento está la sensación de extranjería, de exilio. Todo es extraño, todo le es ajeno, las emociones, la ciudad, el sexo. La falta de arraigo tiene que ver desde lo espiritual, un desgarramiento antes de la carne y su caminar por los cuerpos y las geografías sólo son un esputo de esa expulsión, es como si fuéramos conscientes (o sensibles) a nuestra separación con lo divino; la carne es tan poderosa que nos hace olvidar ese pulso, sólo la carne ha podido separarnos del origen, sólo la carne ha sido refugio para todos los expulsados, así lo menciona Damián Pachón Soto en “Memoria, sueños y exilio en María Zambrano”: “[…] el de origen, el locus de la inocencia, esa que se pierde cuando el hombre es expuesto a la luz; es el lugar que dejamos al nacer, el lugar que la memoria debe buscar. Solo gracias a ese paraíso perdido nace la memoria” (Pachón, 2012, p. 155).

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Memoria 

 

Bueno, quiero dar un espacio pequeño, porque no quiero aburrir, sobre la memoria. La memoria es fundamental en la construcción narrativa de Dum spiro Spero. A través de ella se construye, en la mayoría de los casos, la maquinaria narrativa. Los personajes van y vienen vertiginosamente entre recuerdos y símbolos; así, el fotógrafo en la presentación de su nueva exposición recuerda con vértigo su trance artístico; así, el abrumado y vengativo políglota recuerda a L. y va y viene por la culpa y dolor o Arturo en su propio laberinto de amantes y sufrimiento recuerda que recuerda en un ejercicio constante, dice María Zambrano (2004), y me parece bien oportuno para compartir mi lectura de Adso: 

 

“Nodriza, madre del pensamiento, la memoria, sierva en su pasividad, sostiene y sustenta el pensar en su ir y venir. Ella, si se la deja servir, desciende hasta los ínferos del alma, de la psique, hasta la zona psico-física. Pues que mantiene, aunque oscuramente, la llama del origen celeste tanto como el engranaje de las entrañas y de todo lo que en ellas, y también por ellas, gime triturado bajo el tiempo de la “razón” o bajo el tiempo aceptado sea racionalizado o no” (p. 234).

 

Para seguir a Zambrano vale la pena recordar que la memoria es, en el fondo, poesía que “guarda la imagen de una Edad de Oro y que atesorará las hazañas del tiempo histórico; mediadora entre estos dos tiempos: el histórico y el de la Edad Dorada o Paraíso Perdido […] La poesía será ya para siempre memoria; memoria, aunque invente…” (Zambrano, p. 40 2005, citado por Pachón 2012).

 

Y esa poesía que es memoria es precisamente lo que logra Adso en este libro. Los instantes donde el lenguaje es laberinto, venganza y arma son increíbles; los viajes un borroso escenario entre el duermevela, la fantasmagoría, el ensueño y la vigilia son arcos que disfrutan y ejercen esa doble proporción de puentes y espejos. Sus resonancias, muchas veces rituales, como un corifeo sagrado se escuchan por todos lados, suras, versículos, mantras transcurren por todo el libro y lo dotan de una musicalidad desconcertante, única.   

 

Lo sacro y los símbolos  

 

[De] sacralizar, humanizar los alcances divinos e invitarlos a participar de la sangre y del cuerpo. Quizá “No hay ave en el nido” sea el relato más críptico (que ya es un decir, porque todo el libro está configurado como un enigma de varios enigmas), este relato necesita un estudio aparte, lo que sí puedo anotar es la constancia del sistema simbólico del narrador, todas las instancias están compuestas de diminutos engranes simbólicos: el espacio, el cuerpo, el ojo, la ciudad, dios, el origen, el sacrificio, la sangre, el lenguaje, representados por el fotógrafo ciego, el prostituto exiliado, el autoexilio místico de los hermanos y la cuñada, las escaleras, la llave, la noche de los ebrios, el cuerpo crítico del amante, el trace, el caos de la selva como final atroz en contra parte de la palomillas del olvido al inicio. En esta polifonía simbólica hay que disfrutarla y claro, gozarla con la paciencia necesaria.

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Cuerpo-Ciudad  

 

El cuerpo y la ciudad siempre han tenido una relación bien estrecha en su conformación y en su imaginario. Ambos organismos aparecen en la obra de Adso y ambos tienen un peso especial. En “No hay ave en el nido”, la ciudad  deja ver cómo al Príncipe y su drama de cuerpo y semen, lo persigue la ciudad de sus padres árida, seca y turbia, al mismo tiempo que la ciudad se personifica, los personajes (escuchen nada más qué nombres: Levi, Santiago, Rebeca) van perdiendo los estribos, se van mundializando: “¡oh, gloria, Príncipe, te vemos luminoso entre nuestra sangre!“

Por otro lado, aquel encuentro con el Caradio me lleva a pensar que es un pacto con el cuerpo, pero, específicamente, con el cuerpo enfermo. Narciso menciona que la ciudad sólo tiene dos estaciones: invierno y la de autobuses; poco a poco esa ciudad lluviosa entre las esculturas de ángeles y demonios de la catedral, contrasta con luces que emulan a Hollywood (fíjense en ese atrevimiento), el dolor de piedra y el espectáculo, de pronto, ese vilo de ciudad es tragada por el negro. 

La ciudad en Dum spiro spero también hizo un pacto con la enfermedad y también está desterrada, los personajes la ven con un desprecio bíblico, hija y madre de la peste y el oscuro; gris y aburrida hasta el hartazgo, fría y lluviosa, en contraste con los cuerpos perfectos e hipersexuados, listos para el placer y sobre todo, el deseo. Esos cuerpos, me atrevo a decir, llevan la ciudad por dentro, esa ciudad oscura y fría, claro está. Sin embargo y, ya como último comentario porque ya me clavé, en “el ciego entre la maleza” Arturo tiene poca relación con la ciudad, su mundo es completamente interior, alcobas, gimnasios, salas de estar. Algo, seguro, tiene que decir, ¿pero qué? 

Podríamos seguir hablando horas de este libro de Adso; debo decir que lo disfruté mucho y estoy seguro que estamos ante un escritor que será difícil pasar de largo. Los invito a leerlo y a clavarse con calma y gozo. Porque, como dijo  Platón: “El tiempo es una imagen de la eternidad en movimiento”.  

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Referencias



Pachón, D. (2012).  Memoria, sueños y exilio en María Zambrano [versión electrónica]. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana. Vol. 33 (107), 149- 173.

 

Zambrano, M. (2004). La razón en la sombra. Antología crítica. Madrid: Siruela.

 

Zambrano, M. (2005). Hacía un saber sobre el alma. Buenos Aires: Losada

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